
El inicio de la revolución industrial y de la industria moderna, a finales del siglo XVIII, fue el pistoletazo de salida de la urbanización masiva y del surgimiento de nuevas grandes ciudades, primeramente en Europa, y después en otras regiones del mundo. A medida que las nuevas oportunidades se generaban, un gran número de inmigrantes provenientes de comunidades rurales se instalaban en áreas urbanas, atraídos por la creciente demanda de mano de obra.
En este contexto, a lo largo del siglo XIX surge una nueva forma de distribuir el espacio. La población se distribuye formando arcos alrededor del casco urbano. En el centro viven las élites. En el arco exterior se concentra la nueva mano de obra inmigrante que comparte el espacio con las grandes e insalubres instalaciones industriales. Son los barrios obreros típicos de los extrarradios de las grandes ciudades, densamente poblados, con escasos servicios, viviendas pequeñas y masificadas, sin condiciones sanitarias adecuadas y con pocas condiciones de habitabilidad.


En Barcelona, la industrialización empezó en el siglo XVIII, con las fábricas textiles, que convirtieron a la ciudad en uno de los centros fabriles más importantes de España. Las fábricas empezaron a poblar el paisaje urbano, y con ellas surgieron las chimeneas, esenciales para la ventilación y el funcionamiento de las calderas de vapor. De las más de 300 que había, todavía se conservan cerca de setenta.
Con el tiempo, el crecimiento de las ciudades supuso la mejora de las infraestructuras, de los sistemas de alcantarillado o de iluminación, y la aparición de servicios públicos como hospitales, escuelas o bibliotecas. También se construyeron teatros, cines, parques y áreas de ocio para atender las necesidades recreativas y de entretenimiento de los nuevos urbanitas. Sin embargo, algunos de estos desafíos persisten actualmente, como las dificultades en la movilidad, la escasa vivienda asequible o el desarrollo urbano sostenible y planificado.

Can Framis es un antiguo edificio industrial situado en el barrio de Poblenou de Barcelona, hoy transformado en un museo de arte contemporáneo. Construido en el siglo XIX, formaba parte de una fábrica textil típica de la época en esta zona, conocida como el Manchester catalán. Su estructura de ladrillo visto y la sobriedad del diseño industrial son testigos de la arquitectura funcional de ese tiempo. En 2009, la Fundació Vila Casas rehabilitó el edificio para convertirlo en un museo dedicado exclusivamente a la pintura contemporánea catalana. El proyecto de remodelación, liderado por el arquitecto Jordi Badia, mantuvo la esencia industrial del edificio, integrando elementos modernos y minimalistas que resaltan el espacio y las obras expuestas. El entorno tranquilo, con un jardín escultórico en el exterior, hace de la visita una experiencia cultural enriquecedora, combinando arte, historia y arquitectura en un solo espacio.


.jpeg)