
El transbordador está a punto de reventar. Habría sido más acertado coger un taxi y atravesar por el puente, pero ahora que no hay nada que hacer, se entretiene repasando uno por uno todos aquellos rostros hacinados en los bancos y en los pasillos: oficinistas cabizbajos, obreros crujidos, comerciantes con cara de haber hecho caja...
Las ciudades ocupan sólo el 1,5% de la superficie terrestre, pero alojan a más de la mitad de la población mundial. No existe una definición universalmente aceptada de cuántos habitantes se requieren para considerar un lugar como una ciudad. La población puede variar entre unos pocos cientos de habitantes hasta decenas de millones. En muchos países, el estatus de ciudad puede determinarse por criterios legales o administrativos, como disponer de servicios públicos o de un gobierno municipal propio. Algunos núcleos pueden considerarse ciudades debido a su importancia económica, cultural o histórica, independientemente de su tamaño poblacional.
desde las 71.000 personas por km² de Manila —de las más altas del mundo—,
a las 500 de Melbourne, una de las más bajas

La concentración de gente en las ciudades es inevitable, pero también conveniente, puesto que propician un mejor aprovechamiento de los servicios y de las inversiones públicas. Gracias a la concentración, los gobiernos pueden aplicar eficientemente programas a gran escala en áreas como las telecomunicaciones, el suministro de agua potable, la sanidad, el tratamiento de residuos, la movilidad o la optimización del espacio. Las ciudades de alta densidad tienden a tener mejores y más eficientes servicios públicos gracias a las economías de escala.
A pesar de las ventajas, una alta densidad supone impactos para las infraestructuras, los servicios públicos, el medio ambiente o la calidad de vida de los residentes. En las ciudades densas, los precios de las viviendas pueden ser hasta un 50% más altos que en áreas menos densas, lo que comporta situaciones de hacinamiento y dificultades de acceso a los servicios. En el ámbito social, la alta concentración genera desigualdades y menores oportunidades de empleo, lo que desemboca en conflictos de convivencia y, en el peor de los casos, en delincuencia e inseguridad.
En el ámbito medioambiental, la alta concentración requiere sistemas de gestión de residuos eficientes que no siempre están disponibles, y también puede conducir a niveles elevados de contaminación del aire y del agua, poniendo en riesgo la salud de millones de personas. En las ciudades con altas densidades, los niveles de polución atmosférica pueden ser hasta 10 veces superiores a los estándares recomendados por la Organización Mundial de la Salud.
sufre problemas respiratorios debido a la contaminación del aire


Tuk-tuks en Phnom Penh (Camboya)